Grupo de 4º de Arqueología de la UCM: Helena Muñoz, Patricia González, Andrea de Juan y Nuria Schlesinger.

jueves, 8 de octubre de 2015

¿En qué consistían los torneos?

Andrea:


Originariamente eran combates en campo abierto entre dos equipos, tal y como nos lo narra el poema de Guillermo el Mariscal estudiado por el profesor Georges Duby, pero esta modalidad no parece que sobreviviera al siglo XII. Pronto los torneos fueron trasladados a recintos cerrados, como los palenques, con el fin de permitir la asistencia de espectadores. En un principio constituían complejas escenografías que representaban un argumento dramático extraído normalmente de romances caballerescos, pero a partir del siglo XIV comienzan a popularizarse las justas y las luchas a caballo por parejas. 

El organizador establecía las normas que debían regir el torneo y enviaba heraldos a los caballeros invitados o que quisieran participar. La celebración tenía lugar en un recinto cerrado, generalmente de planta ovalada, alrededor del cual se disponían las gradas para el público asistente, muy fastuosas y decoradas para los personajes importantes, y sencillas para el pueblo llano. Junto a estas instalaciones se levantaban las tiendas destinadas a los caballeros, sus escuderos y criados, así como a los oficiales que se encargaban del correcto desarrollo del evento; además, las localidades próximas se engalanaban para acoger a los visitantes y participantes, en muchas ocasiones venidos de tierras lejanas.

Diversos caballeros conocedores de las reglas hacían las funciones de jueces, supervisaban el correcto estado de las armas y tomaban juramento a los participantes sobre su noble comportamiento Otra figura importante era el rey de armas, encargado de anunciar a los distintos contendientes.

Los caballeros tenían que especificar su linaje, pues sólo podían enfrentarse entre sí los de un mismo nivel, y situar su estandarte en el campo. Con carácter previo, era habitual que se celebrasen enfrentamientos entre escuderos con armas ligeras, como espadas, que les servían de prueba. Dentro ya del torneo propiamente dicho, en un primer combate cada participante escogía uno de los estandartes como contrincante y se enfrentaba a él lanzándose de frente con su montura y lanza. Vencía quien rompía más lanzas contra el rival. Al principio se hacía sin separación entre los caballeros pero con el tiempo se colocó una valla entre ambos para garantizar su seguridad.

A continuación la lucha proseguía a pie, con espadas y mazas, para finalizar con un enfrentamiento colectivo entre dos grupos de caballeros que concluía cuando el rey de armas daba la señal de detenerse. Con el objetivo de evitar accidentes, entre las normas que regían estos combates estaba la de no herir de punta al rival ni al caballo, no luchar varios contendientes contra un mismo rival y no asestar golpes al caballero que alzase la visera de su casco. El vencido y sus armas quedaban a disposición del vencedor, quien recibía su premio de mano de los jueces y acostumbraba a depositarlo a los pies de la dama elegida. Finalmente, los torneos acostumbraban a concluir con un gran banquete al que asistían todos los participantes y en el que las damas homenajeaban a los vencedores.


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